diálogo entre chupetes...


Tras rebanarme la mente durante unos cuantos días alrededor del tema de la paz, sus salidas, su esencia y un largo etcétera de ramas o temas derivados a este concepto, he llegado a la conclusión de que era imposible sacar conclusión. Creo sinceramente que el hombre por naturaleza es un ser maligno que despunta, no bondad, sino falta de malicia, muy de vez en cuando. La represión, las leyes y un gran número de decálogos interiorizados son los que como norma general nos influyen para que actuemos dentro de un área de ausencia de mal. A aquello que hoy se considera bueno debería ser rectificado, no es bueno, si no correcto, no debemos lanzarnos flores por dar un par de céntimos al vagabundo del callejón o por ayudar a cruzar a una anciana en un semáforo, son acciones correctas que no deberían dejar lugar a la duda.

He estado refrigerando mi cerebro por un parque cercano a mi casa y me he sentado en un banco. En él, me he fumado un cigarro y he comenzado a mirar a los kamikazes infantiles que regalaban caos a mi alrededor. Una niña con trenzas y vestida de domingo ha comenzado a llorar por que se le había atravesado por la cabeza no se que muñeca de Famosa. La niña quería poseer ese presente ante todo, en esos momentos era su única meta en la vida, y ante la negativa, no ha habido otra reacción que la cólera y la rabia.

Me he levantado y he bajado por el túnel de encinas que hacen de este un lugar especial. Mientras miraba como dos perros en celo se perseguían, he oído insultos a mi espalda. He girado mi cabeza intrigado y he visto a dos titanes de poco más de un metro. Dos niños discutían por si era alta o no, no todos lo ojos ven igual los goles. Los niños, que no debían sobrepasar los 10 años, han forcejeado entre el juego y el odio durante un par de minutos. De pronto se ha divisado un bandera blanca, la guerra parecía terminar y las tropas volvían a sus puestos, cuando de golpe traicionero, uno de los exgladiadores ha placado al otro por la espalda. Han comido tierra y los pantalones necesitarán un zurcido, pero no hay bajas que lamentar.

Marchaba de la arena de combate y la nuca me ha comenzado a picar. En esos niños he visto cosas muy familiares. Los niños no son más que hombres enanitos y sin formación, son personas que están siendo moldeadas por la ética escrita en papel y las normas de la sociedad, pero aún son vírgenes. Representan la esencia, la plataforma del humano, su primera etapa, base… o algo así decía un tal Jodorowsky. Esa niña llorando por la muñeca me recordó a algún vaquero tejano con problemas de cleptomanía. Los luchadores llevaban banderas en sus polos, cruces y lunas en sus vaqueros, la pelota se ha tornado de oro. Entre los columpios y el cenegal de arena han implantado una aduana, han marcado fronteras.

He llegado a casa convencidísimo de que la humanidad tiene cierto problema de inmadurez mental, somos niños. ¿Cómo explicar a niños con bombas que existe una vía distinta?, ¿cómo explicar a mequetrefes del petróleo que las laderas se están afeitando? No hay mejor forma de dialogar con un niño, que ser un semejante. Las cosas se deben explicar de forma sencilla para ser entendidas, sin complicaciones. Quizás podríamos juntar a todos estos bebés en una Cuna en Bruselas o Nueva York y explicarles un cuento que una vez me explicó un viejo amigo. Recuerdo aquella noche como si fuese hoy mismo, olía a meado en las esquinas, llovía alcohol en las barras y yo estaba en un callejón desvirgando a una tal María. Sentado solo, me apoyé en un portal y me puse a tararear alguna canción sobre las Torres de Manhattan cuando de entre el humo de la noche y la lluvia que chispeaba, surgió un bebé con calzones de campana y rastas hasta media espalda. En estado de shock preferí no moverme ante esta siniestra apariencia, no sé qué me hizo creer que sería como con el Rex.

El niño se acercaba poco a poco a mí, no debía tener más de tres años. Se planto delante de mí y me sonrió con lágrimas en los ojos. Acojonado más que preocupado le pregunté que qué le pasaba. El niño me miró serio y me dijo que lloraba por vivir, por destruir, por existir, por matar… Sinceramente la situación rozaba el surrealismo. El niño me miró enfadadísimo y me cruzo la cara de lado a lado mientras me susurraba al oído: “REACCIONA!!!”. Se subió en mi falda y depositó un sobre en mi mano, me dio un beso en la mejilla y salió corriendo por el mismo callejón por el que apareció, entre el humo y la lluvia que ya hacía rato que mojaba la punta de mis pies. Conmocionado por esa experiencia metafísica, surrealista, psicodélica, divina o como quiera ser llamada me quedé medio catatónico y sin poder reaccionar durante un buen rato. Di un par de vueltas a la manzana y encontré una pequeña pérgola para refugiarme de la lluvia, con un par de piedras ya bastaría para sentarme. Cogí aquel papel que esa misteriosa criatura me había regalado. Cual fue mi sorpresa al descubrir que era un pequeño escrito, unas líneas escritas por una mano temblorosa y débil sobre un ahora papel mojado. Lo que allí leí y aprendí no os lo sabría explicar, era una historia preciosa pero triste a la vez, la voz de un niño explicando historias no recomendadas para nadie, ni siquiera con 500 años… Ante la imposibilidad de plasmar lo que allí veo, simplemente os dejo aquí aquellos versos que tanto me cautivaron:

Memorias de un bebe incivilizado
Érase una vez un sitio muy muy grande en el cual vivían muchos seres redondos.
Se pasaban el día girando alrededor de chispas ardientes sin nada mejor que hacer.
Entre todos estos seres, había una nena pequeña que se llamaba Gaia.
Gaia era verde y azul, su olor era como el de las toallitas dodot,
su pelo era más suave que el de Blancanieves.
Gaia era diferente que sus hermanos, en ella se respiraba vida y armonía.
Pero un buen día, el viento de las estrellas resfrío a esta nenita.
Humanos poblaron sus pulmones y sus orejas, está enfermita.
Hasta entonces todo le había ido bien,
pero notaba que algo estaba fallando.
Estos pequeños bichitos llamados humanos se repartieron por todo su cuerpo,
le cortaron el pelo, le pusieron una ortodoncia de cemento,
le mancharon las lágrimas con agua negra que huele muy mal.
No todos los monstruitos eran malos,
algunos luchaban cruzando los brazos y levantado el corazón,
otros cantaban a una niñita llamada Amanda.
Otros en cambio se juntaban con alfileres y pinchaban a los débiles.
Estos bichitos son conocidos como algo que me parece que se llama parásito.
Iban de un sitio a otro haciendo daño y castigando a muchos niños sin jugar.
Gaia cada día lloraba más, se estaba volviendo muy fea.
Le dolía todo el cuerpo y le costaba respirar.
Los bichitos crearon cosas muy raras como seres invisibles con muchísima fuerza.
También se peleaban por ellos, no lo entiendo.
Gaia está enferma y triste.


Aquella historia me dejó muy trastocado. Aquella noche no dormí por pelearme con la visión del techo de mi habitación. Leía y releía las palabras que me regaló el bebé. Una noche sin fecha en medio del insomnio me acordé de aquel enano entrometido que había logrado robarme el sueño y el bienestar. Escribí un par de líneas de agradecimiento y fui a la esquina donde le encontré. Dentro de un sobre y bajo un cubo de basura el regalo deposité. Creí que debía responder a su regalo, pero sin caer en la banalidad, debía acercarme a su registro. Esto es lo que le dije a aquel bebé:




INVITACIÓN A LA HERMANDAD

La noche se despide y te adentras en las entrañas de la tierra,
todos controlados en manada.
Inspeccionas miradas pérdidas y ojos sin esperanza,
dolor de cabeza un lunes al despertar.
Imaginan un breve retorno junto a almas gemelas disecadas.
Despiertos pero no conscientes no se paran ni a saludar,
la vida quema árboles que ansían florecer.

Recorres los caminos de siempre junto a almas olvidadas,
son sombras autómatas soñando desconectar.
No ansían dinero, recuerdan utopías por realizar,
vuelven a una realidad negra como el humo que respiras.
Suspiramos por un mundo romántico y por descubrir.
Rocas pérdidas en el fondo del mar de la existencia,
buscamos razones para aguantar.

El hierro que cubría mi coraza se ha deshecho, mi guitarra quiere hablar.
Cansados estamos de la mentira y la prepotencia, nadie nos callará.
Picotea fuerte para salir del cascarón.

Las calles de mi tierra ya no siempre huelen igual,
nuestra madre muere empalada por cuchillos de cemento.
Buscas silencio en medio de la excitada jauría metálica,
preferimos melodías de algún cantautor.
Pensemos en una tierra de paz y armonía sin globalización.
Semáforos en ámbar estropeados por las inclemencias,
sobre algunos hombres nunca deja de llover.

Un martillazo del destino ha roto mi caparazón, nadie nos silenciará.
Hemos visto llorar cristales en ciudades vecinas, ojalá no pase nunca más.
Toma un poco de aire y expira un grito de protesta.

Por estar muertos en vidas aparentes... por vivir en pantanos de alquitrán...
por matar por ídolos a nuestros hermanos... por intentarnos privar de la libertad...

Buscamos personas con principios ávidos de apagar el gas,
seres que solo adoren al amor por la vida.
Quiero que me acribillen a besos y abrazos,
son armas que sin pólvora funcionan.

Un día saldremos a recorrer las calles, pintaremos de verde las azoteas.
No creemos ni en la muerte ni en el dolor, quien los provoque humano no es.
Unamos nuestros sentimientos, repartámoslos en Sí Mayor

No sé que pensará ese niño de aquellos versos que tracé, tal vez algún día me conteste, si es que existo aún. Si no hay cultura no hay mundo, haz de los niños tu mayor capital. Si les enseñásemos a ser personas tal vez Gaia no estaría triste, tal vez no habrían más bichitos, tal vez no habrían pantanos de alquitrán… Somos un estigma para la vida, todo parece acabar. O se le aplica amor a la vida y romanticismo a la racionalidad, o el nihilismo y la postmodernidad ahogarán a Gaia en un estanque de mierda, como si fuera una cría de gato rechazado. Hay bichitos buenos que irían a golpear a la puerta del cielo para ser escuchados y ayudar a la niña Gaia. Cuckal no es la solución para este problema, las crías de bichitos deben leer Cervantes y llorar con Ghost. Si todo esto fuese posible, Kafka se estiraría de los pelos al ver como culmino “La Remetamorfosis”. Samsa vuelve a ser humano.




jax 04

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