Un chirrido estridente le despertó del letargo con la orquestra de los melancólicos. No hacía mucho rato que nadaba cerca de su ego, estaba enojado con su propia voz, ya no sonaba de forma clara.
La sorpresa, además de a una sonrisa le invitó a un debate con el karma. Sientes que te tintas de mate, el salitre de las cervezas y las noches oxidan su casco mientras las circunstancias se licuan con un manojo de desesperanzas. ¿Indecisión? No seas necio, la duda sobraba en la habitación, su cuerpo y sus penurias ocupan demasiado espacio. Una ducha… un par de acordes… te sientes otra vez estúpido al no verte desaliñado, te adornas a conciencia con telas que no son coraza, ni cota… ¿a caso eso frenará al cuchillo? El casco sí que fue olvidado porque sí, facilita la conversión de dos en tres… como tanta gente que cree que viste con el chaleco de la sabiduría, que se miren las mangas para ver la realidad. Por ella podría vestirse de seda, pero seguiría pareciendo un puto primate. Una ilusión… dos canciones… un porro…
En el metro, respirando dióxido cargado y claustrofóbico, intentó conocerse a sí mismo, buscarse y darse una palmadita en la espalda: “Anda tío, adelante con tu paso errante – le diría a su copia- , ¿crees en lo irreal, aun crees en el amor?” El joven, cuando aun era una pizca menos viejo, cocinó hamburguesas tras trinchar su corazón. Con el primer mordisco descubrió la juventud del ser con plumas, que a pesar de tener una en cada lado, no sabía volar… sería como conocer a tu razón y descubrir al poco que se te olvidó besar… por no hablar de amar… Con el segundo descubrió que estaba cruda, se había vuelto a precipitar, o había sido el duende de los fogones, aquel que cuando menos te lo esperas cierra la llave de paso de nuestro material de combustión, de locomoción… Corta el camino a las experiencias y fabrica una aduana insuperable. Eso es algo que deja sin papeles, sin documentos. Ciertamente hace tiempo que perdió esos papeles, si es que alguna vez llegó a tener.
El amor por la música le hacía perder frases irrepetibles, un segundo menos es pecado mortal y sacrilegio si la virgen desvelada sigue sola por sus purgatorios, tanto el de serie como el de los personajes descolocados que por querer mirar al frente no hacen más que tropezarse con piedras. Ya podrían pisar mierda algún día. Se despidió de un par de guitarras liliputienses, unas por infantiles y otras por emigrantes.
Todas las personas guardan secretos y pasiones que nadan entre lo radicalmente romántico y lo lamentablemente enfermizo. Ella no tenía ojos en la espalada, no podía verle. El joven además se resguardó en una trinchera de sacos de wasabi custodiada por patos asiáticos armados hasta los dientes que nunca han tenido. Se sentía voyeur, pero sin remordimientos. No de aquellos que se masturban a escondidas para calmar su detestable lacra, más bien se sentía como un crítico de arte o cine, ni los cuadros ni las películas le miran, tampoco ella. Le pareció muy interesante la tonalidad intensa de sus labios, esos pequeños lunares de pincel fino que el sol del séptimo mes envidiaba desde el mirador sin nubes. También fijó su obsesión en el uso de las tres dimensiones, la perfección de las curvas, la magnitud de las elipses… o semiesferas… no sé, fuesen lo que fuesen pensó que se merecían un cuento, sería la tinta mejor administrada del mundo, ahora faltaba encontrar un buen papel de pergamino para no perder las costumbres de los que tal vez pensaban de verdad. Más tarde ya buscaría un encuadre final.
Bajaron a las entrañas del cuento, visitaron los órganos vitales: esas estrechas y menudas venas del gótico que tanto le ayudan a respirar, esas placitas que alimentan su voluntad de despertarse tras dar las buenas noches a los juglares del siglo más oscuro. Alguna vez también ha digerido gracias al silencio de las trompetas y la marabunta, la soledad de la muchedumbre.
Fueron muchos los que al final reposaron en aquella terraza del Born. Él en frente de ella, ella junto al café que estaba claudicando con la leche, dos rubias en los labios del joven y un peregrino de las letras recién caído del cielo. El joven Victoriano dijo venir de muchos sitios, de muchas vidas. Les enseñó una ventana y ellos aceptaron mirar. Él les regaló su presencia y sus delirios. Hablaba sobre dios, aunque no le gustaba ese nombre. Yahvé, Jesús, Alá, Demiurgo…. ¡tanto da!, quizás sea mejor no jugar a psicoanalizar a dios, puedes salir malparado…. como Nietzsche… Además, necesitaban ser banales, no era momento de proverbios o poesías, y aun menos cuando los tertulianos son humanos. Nadie había invitado a dios a sentarse en la mesa, ya eran demasiados y él sobraba… quizás ya harían una cerveza más tarde…
Una vez marcharon dios, el escritor y las dos rubias, quisieron visitar la sexta rampa con Virgilio y acabaron recordando aquella aparición, la que les había ofrecido sus pensamientos en trazo de imprenta. Así pasó el rato, sobre los ojos no se veían nubes. El calor del día perdió un pulso contra el del cuerpo de la joven. El chico decidió hacerse enólogo y aventurarse a descorchar ese gran reserva, pero no para matarlo con gaseosa o tragarlo con ignorancia, si no para degustarlo y saborearlo, pasearlo por su paladar…sería como un catador poeta… entonces recordó que las circunstancias sólo le permitían beber cerveza caliente, eso en el mejor de los casos.
Marcharon de aquella plaza y de todos sus vicios y perversiones sólo había satisfecho los de los diferentes tipos de chocolate que surcan su gaznate. Llegaron a otro de aquellos lugares que consiguen que el chico logre deshacerse de la desesperación de vez en cuando. Él no diría que no… pero quizás jugó un poco fuerte y con sus propias reglas. Tras la sangre de viña, les cubrió la noche y les explicaron una sátira sobre cuentos de lazos rosas y algodón. Al final no sabía si el contacto era con mensaje o involuntario, ni él mismo sabía qué hacía y porqué.
Muchas historias tienen metáforas comunes, tópicos no típicos. El metro les separó pero menos de lo que lo había logrado el teléfono, ironías del destino. Sabía que aquella noche sería larga. Se narcotizó para no divagar y tras compartir con un amigo, decidió intentar dormir. No fue tarea fácil, ya que ella seguía allí, incorpórea pero presente, presente pero cautelosa… realista... y por ello distante.
jax 04
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